El legado perdurable de Ana Frank

Ana Frank (AP)

El día que visito la Casa de Ana Frank, que en realidad es el escondite de la familia encima del negocio del padre de Ana, la espera para entrar llega a ser de tres horas. Tal es el atractivo de este lugar histórico, 53 años después de su apertura al público.

Ana y su familia formaron parte de los 107.000 judíos deportados a campos de concentración desde Holanda durante la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial.

El diario de Ana ha vendido más de 30 millones de ejemplares en todo el mundo y está disponible en 75 idiomas. No es sólo un testimonio del espíritu indomable de una niña, sino una visión de esperanza en medio de la mayor inhumanidad de la historia del mundo.

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Aunque he visitado varios museos y monumentos conmemorativos de las víctimas judías del Holocausto, mi primera visita al escondite de Ana fue muy diferente. Su historia y la de su familia y algunos amigos que eludieron a los nazis durante dos años antes de ser traicionados por un desconocido, es una narración viva que debe volver a contarse a ésta y a las futuras generaciones.

El momento de mi visita coincide con la reanudación de las "conversaciones de paz" entre Israel y los palestinos. Algunos dirigentes palestinos han hecho declaraciones sobre Israel en general y los judíos en particular que coinciden con las creencias y la propaganda nazis. Es un sobrio recordatorio de que la historia puede repetirse.

El aprecio de Ana por su cultura encuentra plena expresión en esta entrada del diario fechada el 11 de abril de 1944: "Dios nunca ha abandonado a nuestro pueblo. A través de los siglos, los judíos han tenido que sufrir, pero a través de los siglos han seguido viviendo, y los siglos de sufrimiento no han hecho más que hacerlos más fuertes. Los débiles caerán y los fuertes sobrevivirán y no serán vencidos".

En medio de esta declaración de fuerza, también estaba su comprensible miedo a ser descubierta.

Como escribió Ana, también el 11 de abril, tras oír pasos y ruidos fuera del muro que separaba a su familia del resto del edificio: "Aquella noche creí de verdad que iba a morir. Esperé a la policía y estaba preparada para la muerte, como un soldado en el campo de batalla. Con gusto habría dado mi vida por mi país. Pero ahora que me he salvado, mi primer deseo después de la guerra es convertirme en ciudadano holandés. Amo a los holandeses. Me encanta este país. Me encanta el idioma y quiero trabajar aquí...".

Al final no se salvó, pero el clásico literario que creó en medio del sufrimiento, de hecho gracias a él, ha sobrevivido.

Ana y su hermana Margot murieron de tifus en el campo de concentración de Bergen-Belsen en marzo de 1945, pocas semanas antes de que llegaran las tropas británicas liberadoras. Sus cuerpos fueron probablemente arrojados a una fosa común.

En una entrada de su diario fechada el 4 de abril de 1944, Ana escribió: "Quiero seguir viviendo incluso después de mi muerte". Y así lo ha hecho. Su deseo era ser escritora y lo consiguió en su corta vida más que muchos escritores que viven una vida normal.

Sus modestas condiciones de vida, después de que la familia se viera obligada a abandonar su hogar, son un monumento al poder del valor individual y al triunfo del bien sobre el mal. En su diario, como en su vida, Ana Frank es una heroína, un modelo a seguir, una mártir y un recordatorio del poder y la influencia que puede tener un individuo.

La vida de Ana Frank fue una vela en medio de una gran oscuridad. Su llama debe arder para siempre.

(Los lectores pueden enviar un correo electrónico a Cal Thomas a tcaeditors@tribune.com.)

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