El gran error de la nueva reprimenda del Papa Francisco sobre el cambio climático

La competencia del Papa no es la ciencia del cambio climático

No me complace identificar el problema esencial en el corazón de la reciente Exhortación Apostólica del Papa Francisco, Laudate Deum: condena el progreso económico producido por la Revolución Industrial desde mediados del siglo XIX hasta el presente. Ese progreso ha mejorado la vida de las mismas personas a las que el Santo Padre desea ayudar.

El Santo Padre afirma que, con el advenimiento de la Revolución Industrial, las emisiones de gases de efecto invernadero "se aceleraron significativamente" y que "más del 42% del total de las nuevas emisiones desde el año 1850 se produjeron después de 1990".

Es lógico que, a medida que se sacaba al mundo entero de la pobreza de subsistencia en la que había existido desde la aparición de los humanos, se pudieran sentir algunos impactos medioambientales si se progresaba. Para contextualizar este panorama, basta con considerar que, durante el mismo periodo, aumentó la esperanza de vida y disminuyó la mortalidad humana. Entre 1800 y 1950, la proporción de la población mundial que vivía en la pobreza extrema se redujo a la mitad; de 1950 a 1980 volvió a reducirse a la mitad. Lo que ocurrió es la definición misma de lo que significa ser responsable.

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No hay duda de que podrían producirse algunos impactos medioambientales y que, naturalmente, serían mixtos. A esto se le llama compensaciones. Por ejemplo, el mayor uso de energía impulsado por el aumento de la productividad (por ejemplo, de los tractores) aumentó las emisiones de gases de efecto invernadero. Pero los avances tecnológicos posteriores (motores más eficientes en el consumo de combustible, o fuentes de energía alternativas) mitigaron esos efectos, y estudios recientes indican que estas tendencias positivas van en aumento. Se trata de un patrón recurrente.

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Lo más frustrante que veo en Laudate Deum es la oportunidad perdida que representa. La plétora de estudios, libros, ponencias y artículos elaborados por la comunidad científica sobre los retos que plantea el crecimiento económico y su impacto en el medio ambiente no tiene fin. De hecho, el Papa cita muchos de ellos en su exhortación. Sin embargo, lo que lamentablemente falta, y la contribución única que el papa podría haber hecho, procede de su propia competencia: lo que los economistas llaman ventaja comparativa. La competencia del Papa no es la ciencia del cambio climático, sino la inspiración moral, de la que carece su carta.

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Esto resulta irónico en la medida en que la solución que busca el Papa se reduce, en última instancia, a esta misma competencia: convertir el entorno moral, ya sea el del "paradigma tecnocrático" que condena (es decir, la economía de mercado privada que elabora las soluciones al problema de la escasez sin una visión moral del conjunto), o el remedio político visto en la secuencia de conferencias sobre el clima en las que alberga grandes esperanzas y que enumera -aunque admite que estos esfuerzos han fracasado en gran medida-.

Resulta desconcertante ver que el jefe de una institución de 2.000 años de antigüedad, con amplia experiencia en el desarrollo moral humano, que construyó las instituciones más eficaces y mejoradoras que el mundo ha visto jamás (por ejemplo, la caridad organizada e internacional, la universidad, el hospital y más), se conforme en cambio con la retórica de un libro blanco de una ONG de nivel medio.

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