China tiene un plan para liderar el mundo. ¿Cuál es el nuestro?

Reestructurar nuestra relación con China debería comenzar con estos 5 pasos

Nota del editor: Lo que sigue es un extracto adaptado exclusivo del libro de David McCormick Superpotencia en peligro: Un plan de batalla para renovar América.

Tras dejar el ejército en 1992, hice un viaje de ocho meses alrededor del mundo. Por el camino, leí Cabalgando sobre el Gallo de Hierro, de Paul Theroux, que catalogaba sus viajes en el "Gallo de Hierro", los destartalados trenes que conectaban ciudades a través de la campiña china. El libro me cautivó. Tenía que verlo con mis propios ojos.

Desde Pekín, monté en el Gallo de Hierro hasta Nankín, luego Shangai, Guilin y, por último, Guangzhou antes de cruzar a Hong Kong. Las carreras matutinas me llevaban por calles repletas de bicicletas, junto a edificios bajos y multitudes de ancianos chinos que practicaban tai chi en la quietud del amanecer. Mi presencia les resultaba tan extraña como la suya a mí.

Poco más de una década después, volví a Pekín, esta vez como alto funcionario del gobierno estadounidense. Desde el modernísimo aeropuerto, condujimos por autopistas de diez carriles hacia una ciudad transformada. Rascacielos y grúas abarrotaban el horizonte. China había llegado. Era la potencia emergente más importante del mundo, y un serio adversario.

En junio de 2006, el Saint Vincent College, a las afueras de Pittsburgh, me invitó a hablar sobre el ascenso de China. La mayor parte de Washington y de la comunidad empresarial salivaban ante la perspectiva del enorme mercado chino, pero aquel día lancé una advertencia temprana sobre el omnipresente robo de propiedad intelectual en China -de donde China obtenía aproximadamente el 90% de su software- y el precio que estaban pagando los innovadores estadounidenses.

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Durante el año siguiente, presioné para que se establecieran controles agresivos sobre las exportaciones de tecnología, a fin de proteger al Partido Comunista Chino (PCC) de los robos, las violaciones de los derechos humanos y el uso de tecnologías estadounidenses para fortalecer su ejército. Hicimos progresos graduales, pero durante sucesivas administraciones persistió el statu quo en Washington. La marcha de Pekín hacia el poder continuó.

Dieciséis años después, la amenaza china supera lo que la mayoría podría haber imaginado. Bajo Xi Jinping, el PCCh construyó la mayor Armada del mundo, robó cientos de miles de millones de dólares de propiedad intelectual estadounidense y obligó a las empresas a seguir sus reglas, cada vez más injustas y coercitivas. Pero también abrió sus mercados de capitales y se convirtió en una potencia industrial y tecnológica en el centro de las cadenas de suministro mundiales. En palabras de Xi, China sentó "las bases de un futuro en el que" China sería una potencia mundial y la amenaza exterior más grave a la que se ha enfrentado la superpotencia estadounidense.

La administración Trump rompió por fin el statu quo al arrojar luz sobre las prácticas comerciales desleales de China y ganarse el apoyo bipartidista para un comercio justo y recíproco. El Congreso se unió a la lucha con legislación para proteger las tecnologías estadounidenses del robo y la cooptación chinos. Han seguido las inversiones en la producción nacional de semiconductores y el liderazgo tecnológico, pero estas medidas, aunque necesarias, son en última instancia insuficientes por sí solas.

Ahí radica un fallo fundamental de nuestra postura: Estados Unidos sigue sin tener una estrategia unificadora para ganar esta competición y redefinir nuestra relación con China.

Se cierne sobre nosotros el riesgo de una crisis en Taiwán. Como han advertido altos cargos militares y de inteligencia, el PCCh podría asaltar la isla a mediados de la década, y no estamos preparados. Estados Unidos debe apresurarse a reforzar su posición militar inmediatamente y dejar claro a Xi Jinping y al PCCh que una invasión sería temeraria.

Sin embargo, mientras abordamos la posible amenaza a corto plazo para Taiwán, no debemos perder de vista el horizonte, pues más allá se esconde un peligro mucho mayor: el posible fin de la primacía de Estados Unidos.

Para evitar esta crisis, necesitaremos un plan de batalla tanto para enfrentarnos a China como para reconstruir nuestra capacidad económica y militar en casa. El reajuste de la relación con China debería constar de cinco pasos. 

En primer lugar, ampliar el modelo de comercio justo de la administración Trump. 

En segundo lugar, reducir nuestra dependencia de China y asegurar nuestras cadenas de suministro. 

En tercer lugar, impedir que las empresas estadounidenses financien la modernización militar, las ambiciones tecnológicas y las violaciones de derechos humanos de China. 

En cuarto lugar, planta cara al PCCh protegiendo la innovación estadounidense y haciendo que China rinda cuentas de sus robos y abusos. 

Por último, mira al exterior -a nuestros amigos y aliados- para innovar más que China.

Debemos comprometernos simultáneamente a renovar América. Estados Unidos está atrapado en un ciclo de estancamiento y decadencia, marcado por el estancamiento de la productividad, una pobreza cada vez más ineludible, instituciones en decadencia y un ejército que pierde su ventaja innovadora. A medida que el liderazgo estadounidense flaquea, el tejido nacional se deshilacha. Tú y yo podemos sentirlo, y también el 80% de los estadounidenses que creen que Estados Unidos va en la dirección equivocada.

Sin embargo, el declive no es inevitable. No estamos más abocados a caer que a seguir siendo una superpotencia. Lo que importa es lo que hagamos a continuación.

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El plan de batalla para renovar América empieza por ganar las carreras por el talento, la tecnología y la supremacía de los datos. Son áreas de potencial sin explotar para Estados Unidos. La victoria pondría de nuevo en marcha la economía, revitalizaría el sueño americano, aseguraría el liderazgo tecnológico, afilaría la ventaja militar y haría posible una nueva era de poderío estadounidense. Pero la victoria requiere liderazgo.  

La China comunista cree que el sol se está poniendo en Estados Unidos. Aspira a suplantarnos e imponer su voluntad en todo el mundo. Lo que está en juego no podría ser mayor. Si no actuamos, ¿quién más se enfrentará a la China comunista? ¿Quién más defenderá los valores estadounidenses o mantendrá la paz, la prosperidad y la libertad de las que hemos disfrutado durante generaciones? Sin un plan para restaurar la fuerza estadounidense, ¿cómo podremos practicar y preservar nuestro excepcionalismo?

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Sólo siendo fuertes en la defensa de los intereses estadounidenses, podrá nuestra nación crear el espacio para que cada uno de nosotros ejerza su libertad y persiga su sueño americano en paz.

Los dirigentes actuales deben volver a aprender esa lección y responder a la pregunta más apremiante: El Partido Comunista Chino tiene un plan para dirigir el mundo. ¿Cuál es el nuestro?

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