Los informes de Durham muestran que Biden y Obama sabían la verdad sobre el engaño de la colusión de Trump pero guardaron silencio

El informe Durham levanta el velo sobre el pozo negro de corrupción que ha infectado al FBI durante demasiado tiempo

Un silencio guardado para ocultar la verdad es una mentira.  

Según esa máxima, hay muchos mentirosos entre los demócratas prominentes que sabían que la maldita historia de la colusión entre Trump y Rusia era un engaño. Pero prefirieron callarse y contemplar satisfechos cómo un presidente estadounidense era vilipendiado sin parar por una orgía de mentiras impulsada por los medios de comunicación. Consumió a la nación durante años y le infligió un daño incalculable. Ninguno de ellos tuvo la decencia de ofrecer voluntariamente la verdad.

Ésta es una de las principales conclusiones del informe Durham, de 306 páginas, que el abogado especial llenó hasta los topes de actos documentados de desviación, deshonestidad y malicia por parte de altos cargos del gobierno en los que se supone que debemos confiar, pero no deberíamos.    

Barack Obama y Joe Biden (Joe Biden/Instagram)

En julio de 2016, el director de la CIA, John Brennan, se apresuró a acudir a la Casa Blanca para informar al entonces presidente Barack Obama y a Joe Biden, nuestro actual presidente, sobre las nuevas y alarmantes pruebas descubiertas por la inteligencia estadounidense. La agencia había obtenido información fiable de que "Hillary Clinton había aprobado un plan de campaña para provocar un escándalo contra Donald Trump vinculándolo a Putin y a los rusos" (página 81 del informe).    

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Era una acusación escandalosa y totalmente inventada, sin más fundamento que la vil imaginación de Hillary. Su astuto objetivo era inculpar a su oponente de delitos no identificados que nunca cometió y, de ese modo, dañar o hundir su candidatura.  

Como señaló Durham, la despreciable calumnia tenía el doble beneficio de distraer la atención de su propio escándalo del correo electrónico, que estaba arrastrando sus cifras en las encuestas. Dada su potencia, la patraña de Clinton es el truco más sucio jamás perpetrado en la política estadounidense.

Obama y Biden lo sabían todo sobre la traición de Hillary, al igual que otras personas de su órbita que fueron informadas en secreto, como la fiscal general Loretta Lynch, el director de Inteligencia Nacional James Clapper y el director del FBI James Comey. Así lo corroboran las notas manuscritas de Brennan. Durante los tres años siguientes, todos ellos guardaron silencio sobre las conclusiones de la CIA.  

Colectivamente, ocultaron la verdad de la inocencia de Trump mientras era acosado por la condena constante de conspirar con Moscú, aunque no hubiera hecho tal cosa. Casi a diario, los medios de comunicación le declaraban culpable ante el tribunal de la opinión pública. Brennan y Clapper tomaron las ondas y denunciaron deshonestamente a Trump como un activo ruso, ocultando lo que sabían.     

Al principio del engaño, la devota camarilla de discípulos de Hillary conspiró para difundir la mentira. Pagaron en secreto a un sórdido ex espía extranjero, Christopher Steele, para que obtuviera desinformación rusa sobre Trump y compusiera un "dossier" falso. Lo filtraron a periodistas que enseguida insistieron en que era cierto sin molestarse en verificar o corroborar su contenido. Las organizaciones de noticias incluso publicaron la colección completa de mentiras que financiaron encubiertamente la campaña de Clinton y el Comité Nacional Demócrata.  

Andrew McCabe, del FBI, declara durante una audiencia del Comité Selecto de Inteligencia del Senado, el 11 de mayo de 2017, en Washington, D.C. (Jahi Chikwendiu/The Washington Post vía Getty Images)

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Los desvergonzados medios de comunicación se envalentonaron con las maniobras sin escrúpulos de Comey y sus cómplices. El subdirector Andrew McCabe y el agente principal de contraespionaje Peter Strzok lanzaron una tenaz investigación sobre Trump. Comenzó literalmente días después de que el director del FBI se enterara de las maquinaciones fraudulentas de Hillary.  

Según Durham, la Oficina no tenía base alguna para abrir la investigación porque los agentes carecían de "pruebas reales de colusión" y violaron sus propias y estrictas directrices. Los responsables incumplieron todas las normas. En una descarada inversión de las normas, explotaron voluntariamente la mentira de Clinton como pretexto para perseguir a Trump con calumnias salaces y engañosas. Sus acciones fuera de la ley se vieron exacerbadas por sus "prejuicios contra él" y sus "pronunciados sentimientos hostiles", explicaba el informe.

El vanidoso James Comey, que se negó a cooperar con la investigación Durham, afirma ahora públicamente que sufre una amnesia casi total. Es una aflicción curiosa, ya que el informe del abogado especial revela que exigió y recibió "sesiones informativas diarias". Cada vez que los agentes que trabajaban en el caso tenían la temeridad de quejarse de que no había pruebas reales que implicaran a Trump en alguna fechoría, Comey se metía fajos de algodón en los oídos. Impulsó una implacable caza de brujas en una búsqueda maníaca para destruir al hombre que detestaba tan obsesivamente. 

James Comey se dirige a los medios de comunicación tras declarar ante la investigación conjunta de los Comités Judicial y de Supervisión y Reforma Gubernamental de la Cámara de Representantes en Washington, D.C., el 7 de diciembre de 2018. (Al Drago/Bloomberg vía Getty Images)

La misma parcialidad del FBI que actuó contra Trump actuó a favor de Clinton. Comey se arrogó una autoridad que no tenía para absolverla de los delitos que claramente cometió al manipular indebidamente correos electrónicos clasificados y destruir pruebas bajo citación judicial. Se negó a seguir investigando a Hillary a pesar de las pruebas concluyentes de que utilizó indebidamente su fundación benéfica para enriquecerse de forma inquietantemente similar a las tristemente célebres tramas de tráfico de influencias de la familia Biden. 

Decenas de millones de dólares rusos fueron a parar a la organización sin ánimo de lucro de Clinton, que trató como su hucha personal. Con Comey al timón, desaparecieron por arte de magia cuatro investigaciones en curso sobre probables "actividades delictivas". Trump no actuó en connivencia con Rusia, pero parece que su oponente sí lo hizo, y se salió con la suya. 

Durham no escatimó palabras al describir el doble rasero del FBI y el "sistema dual de justicia" que produjo. Hillary recibió la cortesía de un informe defensivo sobre agentes extranjeros corruptos, pero Trump no. El FBI rechazó una orden de vigilancia sobre Clinton del tribunal secreto FISA, mientras buscaba cuatro órdenes de espionaje sucesivas que implicaban a la campaña de Trump. Para asegurar las intrusiones, se ocultaron pruebas exculpatorias y se alteraron documentos de apoyo. 

Hillary Clinton y el ex presidente Donald Trump (Mandel Ngan/AFP vía Getty Images | Michael M. Santiago/Getty Images)

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Comey engañó a los jueces al avalar la credibilidad del falso dossier que su agencia ya había desacreditado. Afirmó que Steele era una fuente fiable cuando sabía que no lo era. De hecho, Steele fue despedido por el FBI como informante confidencial a sueldo porque mintió repetidamente. Este hecho vital se ocultó deliberadamente al tribunal.     

La ironía incrustada en la gran estafa de la colusión queda plenamente expuesta en el informe Durham. En lugar de conspirar con Putin en las entrañas del Kremlin, Trump se convirtió en víctima de la desinformación rusa inducida por Clinton, que contribuyó a alimentar el dossier fabricado. Los compinches de Hillary suministraron gran parte del engaño en la obra de ficción de Steele, pero también lo hizo Moscú. 

Desde el momento en que juró el cargo, el presidente republicano tuvo que hacer frente a múltiples investigaciones del FBI, el Congreso y un abogado especial. En los pasillos del Capitolio, en las redacciones de todo el país, en las ondas de televisión y en las redes sociales de todo el mundo resonaban las peticiones de acusación y destitución. Mientras tanto, los que sabían la verdad guardaron un llamativo silencio.

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El bien documentado informe del abogado especial levanta el velo sobre el pozo negro de corrupción que ha infectado al FBI durante demasiado tiempo. Más allá de Clinton, hay muchos villanos en esta sórdida historia, pero ninguno tan despreciable como Obama, Biden, Brennan, Clapper y Comey. Sabían que todo era una astuta mentira, pero guardaron silencio para ocultar la verdad. Observaron cómo un espasmo de acusaciones falsas destrozaba la nación.  

Ese silencio dice mucho de su falta de carácter e integridad. Estaban más que dispuestos a avivar las llamas de la división política en Estados Unidos. Eso no es liderazgo. Es cobardía.

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