Cuatro pilares son fundamentales para la salud general de la mujer. Éste es el que descuidamos

Es hora de reconocer que centrarse en el estado físico de una mujer no es una medida aceptable de su salud general

Hoy en día, las conversaciones sobre la salud de la mujer se centran abrumadoramente en la importancia de la salud física, las intervenciones clínicas y el acceso a la atención médica. Sin embargo, la investigación sugiere que la salud óptima -la verdadera prosperidad- requiere un enfoque holístico que satisfaga las necesidades físicas, mentales, sociales y espirituales de cada persona. 

Las personas sufren daños si se descuida uno solo de estos cuatro pilares del bienestar, y sin embargo más del 90% del gasto sanitario en todo el mundo trata únicamente sus síntomas físicos. Los hospitales, las intervenciones quirúrgicas y el acceso médico ayudan a las mujeres a sobrevivir, sí, pero no pueden hacer que prosperen. 

En las dos últimas décadas, un declive significativo de la espiritualidad -tanto en Estados Unidos como en todo el mundo- ha creado una crisis que amenaza la capacidad de las mujeres para alcanzar una salud óptima. Para resolver la crisis del declive de la espiritualidad, primero debemos concienciar sobre la importancia de la propia vida espiritual y los efectos negativos de su carencia. 

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Hoy en día, aproximadamente el 85% de las personas consideran que la salud mental es tan importante como la salud física. En una línea similar, muchas personas califican su salud espiritual -la capacidad de practicar la religión tanto personalmente como dentro de su comunidad- de "extremadamente" o "muy importante" para su bienestar, y sin embargo es un área de la salud que está muy desatendida y de la que raramente se habla.

Las mujeres son y han sido durante mucho tiempo más religiosas que los hombres en su conjunto, pero dejemos a un lado las cuestiones metafísicas o teológicas y consideremos, por un momento, las empíricas. Las enfermedades cardiacas, por ejemplo, son la principal causa de muerte de las mujeres en Estados Unidos, y sin embargo la práctica religiosa activa puede disminuir los factores de riesgo que provocan infartos mortales. 

En las dos últimas décadas, un descenso significativo de la espiritualidad -tanto en Estados Unidos como en todo el mundo- ha creado una crisis que amenaza la capacidad de las mujeres para alcanzar una salud óptima.

La espiritualidad también mejora la salud psicológica y social, con lo que disminuyen los sentimientos de soledad y aislamiento social que pueden provocar un mayor riesgo de infarto de miocardio y accidentes cerebrovasculares, y disminuye el riesgo de cardiopatía coronaria. 

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Además, un estudio de estadounidenses mayores demostró que un mayor propósito en la vida estaba relacionado con un menor riesgo de sufrir un derrame cerebral, además de aumentar la capacidad de recuperación de las personas y capacitarlas para recuperarse de la adversidad más rápidamente. Se trata de una mejora mensurable e innegable de la salud física, que podría alcanzarse mediante la atención espiritual.

Sólo en el último año, 1 de cada 5 mujeres de Estados Unidos declaró padecer una enfermedad mental. Sin embargo, las investigaciones indican que quienes tienen una vida espiritual activa, incluida la participación en comunidades espirituales, presentan niveles más bajos de estrés y una mejor salud mental, así como un menor riesgo de intento de suicidio.

Además, las comunidades religiosas pueden contribuir a mejorar los resultados sanitarios de toda la población en zonas del mundo donde la infraestructura médica y las comunicaciones están subdesarrolladas. En naciones donde poco más puede llegar directamente a las poblaciones que sufren pobreza, abandono, enfermedades generalizadas e incluso colapso gubernamental, las comunidades religiosas llenan el vacío y su impacto perdura. 

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Los líderes religiosos también gozan de un nivel muy alto de confianza por parte de las comunidades en las que viven y sirven. En 34 países africanos, los líderes religiosos gozaban de más confianza que cualquier otro dirigente público, y esta tendencia no es aislada. Los líderes religiosos han contribuido a mejorar los resultados sanitarios en el pasado, y se les puede reclutar para que lo hagan en el futuro. 

A pesar de la abrumadora evidencia de que deberíamos tomarnos en serio la salud espiritual, en gran medida no lo hacemos. Del mismo modo que antes restábamos importancia a la salud mental, damos poca importancia a nuestra vida espiritual.

En el transcurso de mi trabajo al frente del Instituto para la Salud de la Mujer, viajo a menudo al extranjero para defender el avance de la salud óptima de la mujer y veo de primera mano las formas en que una comunidad religiosa sólida y bien integrada puede mejorar explícitamente el bienestar físico de una mujer. Puede convertirse en un próspero centro logístico, donde se distribuyen recursos y se puede ofrecer y recibir apoyo mutuo. Y donde se hace hincapié en el valor intrínseco de las mujeres y niñas más vulnerables que buscan en su fe lo que es, a veces, su única fuente de esperanza y paz. 

Una comunidad religiosa sólida y bien integrada puede mejorar explícitamente el bienestar físico de la mujer. (iStock)

Sin embargo, a pesar de las abrumadoras pruebas de que deberíamos tomarnos en serio la salud espiritual, en gran medida no lo hacemos. Del mismo modo que en su día restamos importancia a la salud mental, damos poca importancia a nuestra vida espiritual, creyendo ingenuamente (o ciegamente) que la calidad de la salud física y la supervivencia de una persona es suficiente. No lo es. Debemos empezar a considerar más profundamente que el mero bienestar físico de una mujer -de cualquier persona- es una métrica inaceptable del éxito.

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Además de concienciarnos, debemos comprometernos a preservar la libertad religiosa dondequiera que exista, porque es el requisito previo fundamental para mejorar la salud espiritual: el requisito básico para que una persona pueda vivir, hablar y actuar públicamente de acuerdo con sus creencias espirituales. Al fin y al cabo, más de 360 millones de personas de todo el mundo son perseguidas por su fe o no pueden practicar su culto libremente, lo que significa que carecen de libertad para acceder al tipo de vida espiritual que podría marcar una diferencia significativa en su capacidad para lograr resultados óptimos en materia de salud. 

Haríamos bien en recordar que la mano que mece la cuna gobierna el mundo. Las mujeres son insustituibles como líderes, como madres, como pensadoras y trabajadoras, y como punto de partida de nuestro futuro civilizatorio. Fortalecer su capacidad para alcanzar una salud óptima y prosperar determina la trayectoria de este futuro y garantiza que sus contribuciones sociales, económicas, culturales y políticas continuarán, tanto hoy como en los años venideros. 

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