El presidente Trump dice que los aranceles dan a Estados Unidos un "gran" poder de negociación
El presidente Donald Trump responde a preguntas sobre economía a bordo del Air Force One.
Esta semana, el presidente Donald Trump inauguró una nueva era de renovación estadounidense -el Día de la Liberación- imponiendo una amplia serie de aranceles a las importaciones extranjeras. No se trata simplemente de un cambio de política. Es un giro histórico, un nuevo compromiso nacional con el trabajador estadounidense, la comunidad estadounidense y el futuro estadounidense. Es el fin de un consenso económico fracasado y el renacimiento de otro, basado en la fuerza, la seguridad y la prosperidad generalizada.
El Día de la Liberación consiste en invertir, no en derivados financieros ni en cadenas de producción extranjeras, sino en nuestra propia gente. Se trata de poner fin al experimento de 40 años de globalismo librecambista que vació el corazón de la industria estadounidense a cambio de consumo a corto plazo y declive a largo plazo. Y se trata de volver a la visión que tuvieron nuestros fundadores y nuestros mejores presidentes: una América que fabrica cosas.
Durante décadas, los globalistas de Wall Street y las élites costeras nos dijeron que el "libre comercio" era un bien incuestionable. Pero en realidad, EEUU se convirtió en el importador de último recurso, el vertedero de la superproducción mundial. China, Vietnam y la UE son naciones excedentarias cuya estrategia consiste en producir en exceso, consumir en defecto y depender de la demanda estadounidense para impulsar su crecimiento. Y a menudo blanquean sus mercancías a través de países como México y Canadá para eludir responsabilidades.
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Esto no es "comercio" tal como lo imaginó Adam Smith. Esto es mercantilismo con una cara sonriente: un sistema en el que gobiernos extranjeros vierten recursos inimaginables para construir sectores industriales dominantes, mientras EEUU deja que sus fábricas se oxiden. Esto no es eficacia, es explotación. Esto es arbitraje multinacional, intercambiar nuestras normas laborales, nuestras salvaguardias medioambientales y nuestra base industrial por productos que son sólo unos pocos dólares más baratos.
Nuestros economistas nos dicen que la mano invisible cuidará de nosotros. Pero ignoran lo que tienen justo delante. La industria manufacturera sigue siendo el sector más productivo de la economía estadounidense. Impulsa la innovación, la investigación y el desarrollo, y la fortaleza nacional. Mientras tanto, las finanzas han hinchado nuestra economía hasta hacerla irreconocible, y los servicios, aunque esenciales, no pueden sustituir la creación de riqueza de la producción industrial.
El Día de la Liberación marca el retorno de la autoestima nacional. Significa producir nuestros propios medicamentos y equipos militares, construir nuestra propia tecnología, forjar nuestro propio acero.
Los déficits comerciales no son benignos. Son corrosivos. Impulsan la desigualdad, ahuecan las comunidades y concentran la riqueza en la clase de Davos. Por cada beneficio que alega el consenso del libre comercio, las pérdidas han sido más profundas y más amplias: la pérdida de empleos con salarios altos, la erosión de la capacidad productiva y el lento hundimiento de la clase media estadounidense.
Esto no sólo es cierto en Estados Unidos. La globalización ha desgarrado sociedades desde México hasta Malasia. Allí donde las multinacionales ganan cuota de mercado, las industrias locales se hunden. Como en México, el desarrollo económico se ve frenado por las prácticas comerciales depredadoras, no favorecido por ellas. En todo el mundo, la liberalización del comercio ha enriquecido a los oligarcas y profundizado la desigualdad.
La ideología del libre comercio no es ciencia. Es un dogma promovido por economistas angloamericanos que rechazan cualquier estrategia que se atreva a dar prioridad al desarrollo nacional. Pero la historia dice otra cosa. El primer mensaje de George Washington al Congreso pedía aranceles. La segunda bill, de la historia, aprobada en Estados Unidos fue la Ley Arancelaria de 1789. Alexander Hamilton, Henry Clay, Abraham Lincoln, William McKinley y Calvin Coolidge construyeron la grandeza estadounidense sobre los cimientos de una industria nacional protegida por aranceles.
Incluso John Maynard Keynes, en 1930, rompió con sus colegas y pidió un arancel del 15% sobre todas las mercancías para combatir los desequilibrios mundiales y proteger las economías nacionales de los efectos ruinosos de los excedentes extranjeros. Reconoció lo que nosotros hemos olvidado: que ninguna nación bien gobernada puede depender de otros para alimentar, vestir y equipar a su pueblo.
A los que temen la inflación, que miren a los países que invirtieron en producción en vez de depender de las importaciones. Su inflación ha sido inferior o igual a la nuestra. Proteger a los trabajadores no es la causa de la inflación, sino la solución al estancamiento. Los aumentos salariales reales, impulsados por la productividad y una base industrial reactivada, son el camino hacia la prosperidad.
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EEUU no tiene por qué aceptar el declive. No tenemos que externalizar nuestra fuerza, nuestra seguridad o nuestra soberanía. No tenemos que oír sermones sobre "recortar empleos públicos" mientras millones de trabajadores del sector privado son arrojados a los lobos en nombre del "progreso".
El Día de la Liberación marca el retorno de la autoestima nacional. Significa producir nuestros propios medicamentos y equipos militares, construir nuestra propia tecnología, forjar nuestro propio acero. Significa menos dependencia de frágiles cadenas de suministro y más resistencia ante las crisis. Significa familias más fuertes, comunidades más seguras y una clase media que pueda volver a alimentar a sus hijos y jubilarse con dignidad.
Las sutilezas diplomáticas y las fotos no definen el liderazgo mundial. La fuerza sí. Y la fuerza comienza con la capacidad industrial para defender tu nación, tus valores y tu modo de vida.
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A nuestros aliados: acogemos con satisfacción la asociación, pero no a costa de nuestros trabajadores. La amistad no se construye sobre déficits comerciales. A nuestros competidores: la era de la abnegación estadounidense ha terminado. Estados Unidos ya no servirá de trampolín para vuestro desarrollo a costa del nuestro.
El Día de la Liberación no es el fin del comercio. Es el comienzo de un desarrollo nacional estratégico -en nuestros términos, en nuestro interés, para nuestro futuro. Es el día en que América reclama su destino.