Conocí a la Madre Teresa cuando sólo tenía 16 años. Esto es lo que me enseñó

Siempre pienso en la Madre Teresa con especial recuerdo el 5 de septiembre, día de su muerte

Tenía 16 años y contenía la respiración mientras retrocedía contra un estrecho pasillo de un convento de Nueva York. La puerta se abrió y una mujer diminuta vestida con un sari con rayas azules en los bordes estaba siendo ayudada a subir las escaleras y entrar en el edificio. 

Cuando la Madre Teresa llegó hasta mí, me cogió las manos entre las suyas, me miró a los ojos y me preguntó cuándo iba a venir a Calcuta. Mentí nerviosamente y dije: "pronto, muy pronto". De eso hace más de dos décadas y aún no he ido a Calcuta. Aún no puedo creer que le mintiera a la Madre Teresa. 

Espero que me haya perdonado. Aún me encantaría ir a Calcuta y ayudar a sus monjas, las Misioneras de la Caridad, a cuidar de los más pobres entre los pobres. Pero desde aquella época en que conocí a la santa cuando era adolescente, la Madre Teresa y su vida han sido una constante en mi corazón, pues no puedo evitar sentirme enamorada de su abnegación y de su vida de oración constante y de querer ayudar a los demás. Es algo que me ha afectado profundamente y siempre la recuerdo con especial cariño el 5 de septiembre, día en que dejó este mundo para irse al otro. 

La Madre Teresa está acompañada por niños en su misión de Calcuta, India. (Tim Graham/Getty Images)

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Empecé a trabajar como voluntaria con sus hermanas en Nueva York cuando estaba en el instituto. No recuerdo cómo sucedió, pero crecí como voluntaria en comedores de beneficencia, así que ayudar a sus monjas en su tarea de cuidar de los solitarios, los heridos y los que sufrían no fue una exageración. 

Estas hermanas eran increíbles. Vivían en alojamientos muy sencillos, vestían a diario la misma ropa -un sari- y tenían tareas como fregar el suelo, hacer la colada (a mano), preparar las comidas, cambiar las sábanas y limpiar las habitaciones, igual que yo hacía en casa, sin la colada a mano. La diferencia era que realizaban todas sus tareas sin quejarse y a menudo rezaban juntas mientras trabajaban. 

Cuando salíamos a la calle con las monjas para dar de comer a los sin techo, nunca rehuían a ninguna persona. Como la Madre Teresa, veían a Jesús en cada rostro, sin importar si la persona era sucia, vulgar, enferma o irrespetuosa. 

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Fui voluntaria con las monjas durante la universidad en Washington, DC, donde les ayudé a cuidar de los enfermos y moribundos y a repartir comidas a la comunidad.

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Quería estar cerca de estas mujeres y conocer sus secretos. ¿Cómo hicieron del mundo un lugar mejor? Aprendí que era a través de su amor y su pasión por la entrega y el sacrificio. 

Durante todos estos años, he pensado en ir a Calcuta, pero ¿y si mi propia Calcuta, los que necesitan ayuda, están aquí mismo, donde yo vivo? 

Un sabio médico que conozco también conoció a la Madre Teresa y le hizo la misma pregunta que a mí. Se dio cuenta de que era ayudando a los que tenía más cerca, a los dolientes y solitarios y a los pobres, como estaba sirviendo a Calcuta. 

He sido voluntaria en muchos lugares donde he podido hacer precisamente eso y me reconforta saber que quizá no mentí de todo corazón a la Madre Teresa. 

Una vez dijo: "Nunca te preocupes por los números. Ayuda a una persona cada vez y empieza siempre por la que tengas más cerca". 

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De todas las horas que he pasado sirviendo bocadillos a los sin techo, limpiando retretes con las monjas en sus casas para moribundos o doblando donativos de ropa en las maternidades, son las personas más cercanas a mí las que más me cuesta mostrar ese amor que la Madre Teresa exige que mostremos si realmente queremos crecer en santidad. 

¿Por qué? Porque las personas más cercanas a mí son mi familia y a veces es muy difícil demostrarles amor constantemente cuando estoy enfadada, de mal humor o, sobre todo, me siento infravalorada. 

Pude ver la próxima película,"Mother Teresa & Me" (Madre Teresa y yo), que se proyectará en los cines en octubre, y la pasión y el amor que la Madre Teresa mostró a los demás, especialmente a los que no la apreciaban, se me ha quedado grabada. 

¿Por qué no puedo hacer eso? ¿Por qué no puedo servir sin esperar nada a cambio? ¿Por qué no puedo apasionarme por mi vocación como la Madre Teresa se apasionó por la suya?

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El amor es una elección. Es una que yo, como madre y esposa, necesito hacer a diario. El amor es abnegación, buscar el bien de los demás en lugar del propio, y sin embargo es tan liberador. 

Eso es lo que espero y ruego poder ejemplificar y, a mi manera y en mi vida, seguir los pasos de la Madre Teresa. 

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