En el Día del Presidente, reflexionemos sobre el papel que desempeñó la fe en la visión que nuestros fundadores tenían de América.

George Washington, hacia 1780/La carta sobre Dios y la Constitución. (Foto de Stock Montage/Stock Montage/Getty Images/The Raab Collection)

Cada año, el tercer lunes de febrero, celebramos el Día de los Presidentes para honrar a los presidentes estadounidenses, pasados y presentes. En lugar de reyes que ejercen el poder absoluto durante toda su vida, Estados Unidos se estableció como una nación gobernada por el pueblo. La capacidad del gobierno para arrebatar el poder al pueblo se contuvo mediante un ingenioso sistema de controles y equilibrios. Pero lo que a menudo pasan por alto los expertos de hoy es la expectativa de nuestros Padres Fundadores, todos los cuales sentían gran reverencia por Dios y las Escrituras, de que los líderes poseyeran una brújula moral, y de que la virtud, la justicia y la rectitud eran esenciales para que el gobierno no pisoteara los derechos del pueblo otorgados por Dios.

George Washington advirtió a América en su primer discurso inaugural que nunca se apartara de sus principios fundacionales, que él creía claramente que emanaban de Dios. Declaró: "Nunca se puede esperar la propicia sonrisa del Cielo sobre una nación que desatiende las reglas eternas del orden y el derecho, que el mismo Cielo ha ordenado".

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Los cristianos compartimos la misma obligación espiritual que sintieron nuestros Padres Fundadores de expresar nuestra fe en la esfera política y pública. He aquí tres razones:

1. La implicación política demuestra amor al prójimo.

Jesús nos dijo en Mateo 22 que el mayor mandamiento es amar a Dios con todo lo que somos y continuó diciendo que el segundo mayor mandamiento es "amar al prójimo como a ti mismo".

Como estadounidenses, tenemos la oportunidad única de influir en nuestras leyes.

Utilizar nuestra voz y nuestro voto como cristianos para influir en el panorama político de nuestro país es una forma de mostrar amor a nuestro prójimo. Las buenas leyes y un gobierno bien gestionado son esenciales para producir una sociedad floreciente. Obedecer estos dos mandamientos incluye buscar una legislación que proteja la santidad de la vida, la libertad religiosa, el matrimonio y la familia, y que atienda compasivamente a los necesitados. Participar en política nos permite efectuar cambios y es esencial para los creyentes que aman a su prójimo.

2. La participación política demuestra reverencia hacia Dios.

Pablo escribe en Romanos 13 que los cristianos deben respetar y someterse a sus autoridades gobernantes porque "no hay autoridad sino la que Dios ha establecido."

La Biblia expresa explícitamente una obligación hacia nuestro gobierno que se deriva de la autoridad de Dios. Como estadounidenses, se nos permite la oportunidad única de influir en nuestras leyes. Para los cristianos, esto significa que debemos llevar nuestra cosmovisión bíblica a la plaza pública. Si empezamos a apartarnos de la política, esto abre la puerta a la decadencia moral y al cambio cultural, cambiando inevitablemente la dirección de un gobierno que honra a Dios.

3. La participación política muestra respeto por la Biblia.

2 Timoteo nos dice que "toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, preparado para toda buena obra".

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"Toda buena obra" incluye, sin duda, aprovechar nuestra fe para influir en la política de un modo que busque construir el reino de Dios en la Tierra. Los creyentes deben comprender que una cosmovisión bíblica habla de todos los aspectos de nuestras vidas, incluidas algunas de las cuestiones más controvertidas de la actualidad.

Así pues, esperamos que este Día de los Presidentes te proporcione un momento extra de descanso, pero también tiempo para reflexionar -y estar agradecido- por cómo los líderes de nuestra nación han ejercido su fe mientras servían en el gobierno. Dejemos que su ejemplo anime a ciudadanos corrientes como tú y como yo a dejar que nuestra fe influya también en nuestra nación.

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