Thatcher a los 100: Lecciones de civismo, fuerza y alianzas duraderas
El enfoque de la Dama de Hierro ofrece lecciones para los líderes democráticos modernos que se enfrentan a amenazas autoritarias
{{#rendered}} {{/rendered}}El lunes se cumple el centenario del nacimiento de Margaret Thatcher, una ocasión que reúne a dirigentes y simpatizantes de todo el Atlántico para rendir homenaje a su vida.
En la Fundación e Instituto Presidencial Ronald Reagan nos sentimos honrados de participar en la celebración, una ocasión que también nos invita a reflexionar sobre su legado y conexión con Ronald Reagan en el contexto de nuestra era moderna. En concreto, ¿qué hizo que su colaboración con el presidente Reagan fuera tan eficaz y qué puede enseñarnos hoy sobre cómo el civismo puede influir en los asuntos mundiales?
La eficacia de Ronald Reagan y Margaret Thatcher -tanto en el trato entre ellos como con otros líderes mundiales con los que estaban menos alineados naturalmente- dependía de la confianza y el civismo. En el dividido mundo político actual, su ejemplo es uno del que todos podemos aprender.
{{#rendered}} {{/rendered}}La primera ministra británica Margaret Thatcher fotografiada en Londres en 1980.AP Photo Penny, Archivo)
Cuando pensamos en los dos líderes, tendemos a imaginarnos la fuerza: dos líderes que se mantuvieron firmes contra el comunismo, defendieron el libre mercado y restauraron la confianza en Occidente. Pero el Presidente Reagan también creía que las relaciones personales eran fundamentales para la política. En una carta publicada en 1989 en National Review, cristalizó ese sentimiento de la siguiente manera: "las relaciones personales importan más en la política internacional de lo que los historiadores nos quieren hacer creer".
Ese era el núcleo de su enfoque: incluso las negociaciones más duras funcionan mejor cuando los líderes se ven mutuamente como socios, no sólo como adversarios. Esto no significa que las relaciones personales sustituyan a los intereses nacionales -los grandes líderes tienen que ser inquebrantables en ocasiones-, pero sí que un componente clave de la buena diplomacia es la capacidad de ser civilizado y reconocer la humanidad de los demás, ya sean adversarios o aliados.
{{#rendered}} {{/rendered}}El Presidente Ronald Reagan y la Primera Ministra Margaret Thatcher en el Palacio de Versalles, Francia, el 6 de junio de 1982. AP Photo)
El liderazgo de Margaret Thatcher y Ronald Reagan en los tratos con la Unión Soviética demuestra este principio en acción. Por ejemplo, cuando Mijaíl Gorbachov apareció en la escena mundial, Thatcher optó por acercarse a él como una persona digna de negociación y no como una caricatura del poder soviético. "Podemos hacer negocios juntos", afirmó pragmáticamente. Y tenía razón. Aunque sus visiones del país eran muy diferentes, basar las negociaciones soviéticas en el respeto y la evaluación práctica hizo posible la diplomacia.
Es importante destacar que el Presidente Reagan y la Primera Ministra Thatcher nunca abandonaron los principios por la cortesía. Eran líderes fuertes, firmes e inflexibles en sus convicciones. Pero la cortesía les dio la influencia necesaria para conseguir lo que la fuerza o la retórica por sí solas no podían.
SI AMÉRICA NO MOLDEA EL MUNDO, LO HARÁN NUESTROS RIVALES
{{#rendered}} {{/rendered}}La Primera Ministra Margaret Thatcher hace unas declaraciones tras visitar al Presidente Ronald Reagan en la Casa Blanca el 17 de julio de 1987.AP Photo, Howard L. Sachs, Archivo)
El Tratado INF, la caída del Muro de Berlín y el final de la Guerra Fría dependieron de este tipo de civismo disciplinado y estratégico. Los líderes podían estar en desacuerdo e incluso discutir agresivamente, pero nunca permitieron que ese desacuerdo destruyera la confianza o se interpusiera en el camino del progreso.
El civismo no es un camino moral elevado, es una herramienta. Permitió a estos líderes ser francos entre sí, confiando en que serían recibidos con comprensión, y creando los sólidos cimientos que apuntalaron la alianza entre Estados Unidos y el Reino Unido. Entonces como ahora, el civismo crea espacio para conversaciones sinceras. Permite que las iniciativas importantes avancen sin fricciones innecesarias.
La líder del Partido Conservador británico, Margaret Thatcher, escucha las preguntas de un periodista durante una rueda de prensa en la embajada británica en Washington el 14 de septiembre de 1977. AP Photo)
Hoy, esa lección es urgente. Estados Unidos y nuestros aliados democráticos se enfrentan a la presión de poderes autoritarios resurgentes, a la inestabilidad mundial y a la polarización interna. El instinto de responder con ira o desconfianza es fuerte. Pero la historia demuestra que la seguridad y el progreso duraderos proceden de la disciplina, el respeto mutuo y la capacidad de mantener el civismo incluso bajo presión.
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Y en tiempos de tensión mundial, reforzar las alianzas importa más que nunca. Lo vimos ejemplificado por el presidente Donald Trump en su reciente reunión con el primer ministro del Reino Unido, Keir Starmer, donde declaró: "Tenemos una relación como ninguna otra... siempre estaremos unidos". Su declaración encarna la alianza Reagan-Thatcher en su máxima expresión. Esta disposición es precursora de cualquier debate constructivo sobre el avance de la seguridad y la estabilidad, especialmente cuando se trata de cuestiones complejas como éstas.
El presidente Ronald Reagan saluda a la primera ministra británica Margaret Thatcher a su llegada en helicóptero a Camp David. Getty Images)
El Presidente Reagan y la Primera Ministra Thatcher nos recuerdan que el civismo no es deferencia, sino una estrategia práctica para hacer las cosas. Al recordar a Margaret Thatcher en su centenario, deberíamos recordar también el ejemplo que dio. El civismo permitió a ambos líderes ser eficaces y, en última instancia, forjar la historia. En un mundo lleno de incertidumbre y división, su legado sigue siendo tan esencial ahora como entonces.
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