Andrew McCarthy Antes de las quejas de Trump, los demócratas promovieron un plan radical para alterar las elecciones presidenciales

El plan demócrata eliminaría las elecciones populares y el Colegio Electoral

Los ciudadanos de los estados de Pensilvania, Michigan, Wisconsin, Georgia y otros lugares han hablado. Por mayoría de votos, han elegido a Joe Biden en lugar de a Donald Trump. ¿No es indignante sugerir que el voto de los ciudadanos de esos estados se emita a favor de alguien que no sea el candidato preferido por los millones de votantes de esos estados?

Pues sí, lo es. Y, como varios comentaristas, lo he dicho una y otra vez (ver, por ejemplo, aquí), aunque esto signifique que Biden, el candidato al que me opongo, jurará su cargo como 46º presidente de estos Estados Unidos a mediodía del 20 de enero de 2021.

Así es como funciona nuestro sistema. Los candidatos hacen campaña, debatimos enérgicamente sus méritos y luego votamos. El supuesto subyacente es que cualquiera de las partes que pierda se compromete a hacerlo mejor la próxima vez, pero mientras tanto -a falta de alguna demostración convincente de fraude material- respetamos colectivamente el resultado.

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¿Quieres condenar al presidente Trump por socavar arrogantemente esos supuestos y la estabilidad y tranquilidad que promueven? No te lo discutiré. Pero no finjamos que Trump es el primero en promover la noción radical y politizada de que el candidato que gana las elecciones de un estado no debe obtener los votos electorales de ese estado.

Los progresistas se le adelantaron, hace tiempo.

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Como ya comentamos en julio, un grupo cada vez mayor de estados dominados por demócratas de izquierdas lleva años elaborando el llamado Pacto Interestatal Nacional de Voto Popular (NPVIC, por sus siglas en inglés). Los estados miembros del pacto acuerdan que concederán los votos electorales de su estado no al candidato que haya ganado la elección popular del estado, sino al candidato que haya ganado el voto popular en todo el país.

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En otras palabras, se trata de acabar no sólo con la elección popular del estado, sino también con el Colegio Electoral y el proceso electoral de 233 años de nuestra Constitución.

En su lugar, tendríamos un voto popular nacional único. Esto cambiaría radicalmente la forma en que hemos llevado a cabo las elecciones presidenciales, induciendo a los candidatos a ignorar gran parte del país y a concentrar sus campañas en los centros de población urbanos, lo que aumentaría drásticamente la influencia de los progresistas sobre la designación de los candidatos y el debate político de la campaña.

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También sería mucho más fácil manipular fraudulentamente una sola elección que 50 elecciones estatales. Perderíamos así la ventaja de la difusión, que se ha pregonado como nuestra mayor defensa contra la injerencia extranjera (del tipo alegado por los demócratas en 2016) y las conspiraciones de fraude masivo (del tipo alegado por algunos partidarios de Trump en 2020).

Lo más significativo para los fines actuales es que el NPVIC sustituiría las preferencias de los operadores políticos por la elección solemne del pueblo al que representan. En 2004, por ejemplo, habría exigido emitir los 55 votos electorales de California a favor de George W. Bush, a pesar de que John Kerry ganó el estado por 1,2 millones.

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