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Desde finales de noviembre hasta finales de diciembre es mi época favorita del año. Una estación en la que los problemas de hoy y las incertidumbres del futuro parecen desvanecerse temporalmente. La clásica canción navideña de Frank Sinatra, "Have Yourself a Merry Little Christmas", tiene un verso que dice: "A partir de ahora nuestros problemas estarán lejos". Siempre me ha gustado esta frase y, de algún modo, en mi ingenuidad, me encuentro aferrada a esta esperanza irreal durante las fiestas, aunque sé que no es posible, al menos en este lado de la vida.

Este año ha sido un recordatorio de esta verdad, ya que es el primer Acción de Gracias en el que una silla de nuestra mesa festiva estará vacía.

La primera vez que me di cuenta de que algo iba mal con mi padre fue hace seis años, cuando llevé a mis padres a cenar. En el coche, decidimos colectivamente que iríamos a comer hamburguesas, pero cuando llegamos al restaurante, mi padre insistió en que estábamos en una barbacoa. Entonces se equivocó de pedido varias veces.

Pronto, incidentes como éste se hicieron cada vez más frecuentes a medida que la memoria de mi padre se evaporaba debido a una forma grave de demencia o Alzheimer. No era raro que experimentara alucinaciones, se mostrara inusualmente irascible e incluso mostrara comportamientos extraños, como salir a hurtadillas de casa en pleno verano en Texas en pijama y sin zapatos.

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Con el tiempo, papá llegó a un punto en el que no tenía calidad de vida, y yo rezaba en secreto para que Dios se lo llevara. Vivía una mera existencia de comer, dormir y sentarse en una silla con la mirada perdida en el espacio. Físicamente era inestable, y mi hijo menor y yo éramos llamados regularmente por mamá para que volviéramos a casa a recogerle del suelo tras una caída.

El recuerdo de papá es como un "hogar", un lugar que no se parece a ningún otro. Un lugar al que siempre regreso.

Tres días antes de que ingresara en el hospicio, hice algo que no había hecho desde que era niña. Fui a su casa después de comer y me tumbé a su lado en la cama durante casi dos horas. Le recordé cosas del pasado mientras le preguntaba constantemente si se acordaba de ciertos recuerdos que me llamaban la atención. Saqué a relucir tanto los momentos alegres, como los viajes de caza y pesca, como los recuerdos dolorosos, incluida la vez que un tornado destruyó nuestra casa. No recordaba los sucesos más recientes, pero sin duda había algunos del pasado lejano que podía rememorar.

Jay Lowder y papá

Jay Lowder y su padre

En aquel momento no tenía ni idea de que sería la última conversación que tendría con mi padre en esta vida. Aunque mi padre vivió otros 10 días, nunca volvió a hablarme.

Ha llegado Acción de Gracias y nos reuniremos en esta fiesta por primera vez sin papá. Sentiremos el aguijón de la partida de un ser querido, de una gran pérdida.

Quizá este año te enfrentes a una situación similar, con una silla vacía en la mesa navideña. En medio de la fiesta y el compañerismo, y tal vez incluso de las lágrimas, es el momento perfecto para recordar, apreciar y honrar el legado de tu ser querido. Un momento para centrarse en los recuerdos más preciados, mirar fotos del pasado y rememorar días mejores.

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La presencia de mi padre era la esencia de Acción de Gracias porque vivía su vida con un espíritu de gratitud, sin quejarse nunca y siempre optimista. Pensar que algún día no estaría sentado a la cabecera de la mesa de Acción de Gracias fue algo que nunca imaginé en todos aquellos años en que lo celebramos. La idea de que nuestra piedra angular estuviera ausente durante las fiestas, de que su asiento quedara vacío, era impensable.

Jay Lowder y su padre

Jay Lowder y su padre

Yo am agradecida de que, aunque papá falte este año, su impacto en mi vida nunca desaparecerá. Papá siempre fue la roca; cuando la vida traía los inevitables huracanes, él era el ojo de la tormenta donde todo permanecía en calma... seguro. Siempre creí que papá era en cierto modo invencible. Incluso a sus 70 años, papá podía trabajar más que la mayoría de los hombres de la mitad de su edad. Nada le sacudía de la línea central. Fiel a mamá... comprobado. Comprometido con la familia... comprobado. Inquebrantable en sus convicciones... doble comprobación. Firme en su fe en Cristo... doble comprobación.

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El recuerdo de papá es como un "hogar", un lugar que no se parece a ningún otro; un lugar al que siempre vuelvo.

Aunque la silla de mi padre estará vacía este Acción de Gracias, me consuela saber que no se ha ido. Mi padre sólo ha cambiado de dirección, y algún día nos reuniremos allí. Sí, la silla estará vacía, pero la esperanza no lo está y por eso celebro este Acción de Gracias.

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