Joshua Rogers: Día de San Valentín: un descubrimiento sorprendente señala lo principal que hace que las relaciones funcionen

Son nuestros "valores más profundos" los que acaban uniéndonos al final del día

Paren las rotativas. Alguien ha descubierto la cosa número uno que hace que las relaciones funcionen.

La revista Journal of Contextual Behavioral Science ha publicado los resultados de un importante estudio en el que los investigadores analizaron los datos de casi 44.000 participantes. Los investigadores afirman haber dado con el factor principal de las relaciones sanas. Es algo llamado "flexibilidad psicológica".

Así explica el término la Sociedad Británica de Psicología en su Research Digest:

Una persona psicológicamente flexible se caracteriza por un conjunto de actitudes y habilidades: en general, está abierta a las experiencias y las acepta, sean buenas o malas; intenta ser consciente del momento presente; experimenta pensamientos difíciles sin rumiarlos; intenta mantener una perspectiva más amplia cuando se enfrenta a un reto; sigue persiguiendo objetivos importantes a pesar de los contratiempos; y mantiene el contacto con "valores más profundos", por muy estresante que sea un día... 

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Guau. Simplemente guau. ¿Quiénes son estas personas "psicológicamente flexibles"? 

Yo aspiro a tener ese tipo de flexibilidad y mi mujer también, pero el problema es que somos tan... humanos.

Sí, nos queremos (y nos gustamos) mucho, pero a menudo no somos conscientes del momento presente; nos atascamos mentalmente rumiando los problemas; y en los días estresantes, a menudo perdemos de vista nuestros "valores más profundos".

Aun así, son nuestros "valores más profundos" los que acaban uniéndonos al final del día, y esos valores más profundos están arraigados en nuestra relación con Cristo.

Tomárnoslo en serio requiere que nos tomemos en serio tres cosas fundamentales: el perdón, la oración y una auténtica autorreflexión. Y aunque Raquel y yo somos terriblemente torpes en la ejecución de estos tres hábitos, no podemos vivir sin ellos.

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Raquel y yo hemos pasado días enteros poniéndonos de los nervios la una a la otra: hablando en tono poco amable y siendo hipercríticas la una con la otra. Pero antes de que acabe el día, asumimos nuestra parte (a menudo a regañadientes), nos pedimos disculpas y saldamos nuestras deudas antes de irnos a dormir.

Dejar ir las ofensas abre la puerta a un nuevo comienzo cada día.

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Podemos perdonar las ofensas individuales todo lo que queramos, pero algunos de nuestros conflictos están arraigados en rasgos de carácter de larga duración que quizá nunca cambien.

Ese tipo de cosas han arruinado los matrimonios de la gente a lo largo de los años. Hemos descubierto que el antídoto contra eso es fomentar diariamente la intimidad espiritual, que -al igual que la intimidad física- hace que nos resulte difícil seguir irritados el uno con el otro.

Cuando se trata de intimidad espiritual, hay algo en tomarse de la mano, hacer una pausa y rezar una humilde oración -incluso una torpe- que lava tantas heridas y frustraciones.

(Si necesitas algunas ideas sobre cómo rezar juntos, puedes encontrarlas en mi libro"Confesiones de un hombre felizmente casado". Pero a veces es difícil saber sobre qué rezar cuando se trata del matrimonio. Ahí es donde entra en juego la autorreflexión sincera.

Aunque Raquel y yo no seamos psicológicamente lo bastante flexibles como para estar "plenamente presentes" en el momento, de vez en cuando damos un paso atrás e intentamos evaluar cómo somos realmente como cónyuges.

Por ejemplo, hace poco alguien me hizo una crítica que me escocía, pero sabía que era cierta.

Me hizo preguntarme de verdad "¿Cómo ha sido para Raquel vivir con esta faceta mía?".

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Me dio la oportunidad de rezar e invitar a Dios a las formas en que puedo cambiar, lo que inevitablemente será una bendición para Raquel.

Enhorabuena a todos los cónyuges "psicológicamente flexibles". Pero lo mejor que podemos hacer muchos de nosotros es centrarnos en ser cónyuges dispuestos a perdonar, hacer lo posible por rezar juntos y preocuparnos lo suficiente como para preguntarnos: "¿Cómo puedo amar a mi cónyuge un poco más cada día?".

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