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El martes pasado estuve entre los que presenciaron, en persona, un asesinato político que nunca podremos dejar de ver. El acto de violencia sin sentido que acabó con la vida de mi amigo, Charlie Kirk, ha puesto al descubierto una podredumbre que está infectando y amenazando la vida estadounidense.

Tras la onda sísmica que barrió el mundo después del asesinato, una pregunta me ha quitado el sueño más que ninguna otra. ¿Cómo un joven de buena familia, un hombre con todas las ventajas de la vida, se radicalizó tanto a los 22 años como para asesinar a sangre fría a un padre de niños pequeños?

Quienes viven vidas significativas -el tipo de vida que vivió Charlie- dan por sentado que todo el mundo quiere hacer del mundo un lugar mejor. Sé que me sentí así cuando fui al Congreso en 2008. Realmente creía que todos luchábamos por lo mismo, sólo que con diferentes maneras de llegar a ello.  

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Pero cuando me marché ocho años después, me di cuenta de que eso sencillamente no es cierto. Realmente hay gente que odia América. Odian la moralidad. Odian la religión. Te odian a ti y a tu hermosa familia. Quieren que esta nación fracase.  

El nihilismo, un término que sólo he comprendido a través de encuentros en el mundo real, es una filosofía que niega el sentido inherente, la moralidad o la verdad en la vida. Derivado del latín "nihil" (nada), considera absurda la existencia humana, desestima los códigos morales por carecer de fundamento y a menudo pide el desmantelamiento de las instituciones establecidas. 

Esta perspectiva extrema, que corre el riesgo de atrapar a las generaciones más jóvenes, es explorada vívidamente por el célebre novelista ruso León Tolstoi. En sus escritos, ahonda en la crisis de fe y propósito, retratándola como una lucha profunda y desorientadora que desafía la búsqueda humana de significado. 

Esta filosofía y la violencia que se deriva de ella son fruto de una sociedad sin Dios. Sus seguidores no creen en América. No creen en la fe ni en el valor inherente de las almas. Rechazan a Dios. No creen en los valores fundamentales de la fundación estadounidense y, desde luego, no veneran nuestros documentos fundacionales.  

Tampoco reconocen la necesidad de una moralidad básica. Predican la tolerancia, pero sólo si estás de acuerdo con ellos. 

Estas personas lanzan acusaciones de fascismo sin comprender realmente lo que significa. Lo irónico es que cuando los llamados antifascistas arremeten con violencia física, se convierten en aquello contra lo que dicen luchar. No hay coherencia en esta filosofía.

Es demasiado simple decir que éste es un problema de republicanos contra demócratas. Todos conocemos a demócratas que creen en mejorar Estados Unidos, pero que no están de acuerdo en cómo conseguirlo. Siguen existiendo. Pero el nihilismo que infecta a su partido está dando lugar a una tolerancia de la violencia que amenaza la estabilidad del mejor país del mundo. Amenaza el bienestar de nuestros hijos.

No podemos permanecer pasivos y permitir que esta filosofía hueca destripe nuestras instituciones y destruya a nuestras nuevas generaciones. Queremos ser pacificadores que evitan los conflictos. Pero tenemos que enfrentarnos al mal.

Mientras intentamos averiguar cómo hacer frente a esto, hay dos cosas que debemos hacer inmediatamente. En primer lugar, todos podemos estar de acuerdo en que tiene que haber consecuencias para la violencia directa y las amenazas de violencia. No más soltar a delincuentes violentos en las calles en un arrebato de empatía suicida.  

En segundo lugar, debemos inculcar un sentido y enseñar códigos morales. Supongo que no todo el mundo cree en Jesucristo como yo. No esperamos que todo el mundo sea cristiano. Pero me preocupa la gente que no tiene raíces en nada. Necesitamos inculcar el código moral establecido en nuestros documentos fundacionales, tanto si lo enmarcamos en el cristianismo como en alguna otra filosofía. Nadie se beneficia de una sociedad sin Dios. Nuestros hijos necesitan estar cimentados en la verdad absoluta.

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Realmente existe la verdad absoluta. La vida de Charlie fue un testimonio de esa realidad. Su muerte selló su testimonio de ello. Esa vida contrastaba fuertemente con el nihilismo impío de quienes celebraban su muerte.

Dios tiene un verdadero plan de felicidad para Sus hijos que descansa sobre una base de fe, familia y libertad. Charlie Kirk no sólo hablaba de esos valores. Los vivió. Dio prioridad a su servicio a Dios, a sus relaciones con su familia y a su lucha por la libertad. La suya fue una batalla espiritual contra fuerzas nihilistas.

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Comprendió que el verdadero enemigo nunca era la persona al otro lado del micrófono, sino la creencia nihilista de que la verdad es relativa, los valores son desechables y la vida humana no tiene un valor sagrado inherente. No debemos permitir que esta creencia demoníaca infeste nuestra política y capture a nuestros hijos.

El verdadero enemigo es el vacío sin sentido del nihilismo sin Dios que amenaza con engullir nuestra herencia divina.